1-En la siguiente definición de diccionario, suprimir las repeticiones innecesarias mediante el recurso de la elipsis.
TARÁNTULA: Es una araña muy común en la zona sur de Europa, principalmente en los alrededores de Tarento, Italia. La tarántula tiene un cuerpo de unos tres centímetros de largo. El cuerpo es negro por encima y su cuerpo es rojizo por debajo, velloso en el tórax, casi redondo en el abdomen y con patas fuertes. La tarántula vive entre las piedras o vive en agujeros profundos que hace en el suelo; la tarántula es venenosa, pero la picadura de la tarántula, a la cual se le atribuían en otro tiempo raros efectos nerviosos, sólo produce una inflamación. La tarántula ha sido inmortalizada en varias películas de terror.
2-Leer el cuento “Carita de japonés” y reconocer los mecanismos presentes en el mismo.
3-Ordenar cronológicamente esta lista de hechos. Luego introducir conectores donde resulte pertinente.
----------------- Sintió que ése era el lugar donde quería quedarse.
-----------------Se fue de Buenos Aires.
-----------------Consiguió trabajo en el hotel.
-----------------Estaba cansado de la polución y el ruido de la gran ciudad.
-----------------Pensó en alejarse de la metrópolis.
-----------------La atracción del hotel era el casino.
-----------------Llegó a un pequeño pueblo de Entre Ríos.
-----------------Leyó el diario y se comió un sándwich mientras miraba por la ventanilla.
----------------Decidió quedarse en ese pequeño pueblo.
----------------Tomó el tren en Retiro, hacia el norte.
----------------En el pueblo se había inaugurado un hotel frente al río.
*Consultas e inquietudes: lunes, miércoles y viernes de 16hs a 20hs en
flacabielza@hotmail.com
Carita de japonés
La anécdota es absolutamente real, y ocurrió hará algún mes, en un sanatorio del barrio Norte que presumía de cierto medio pelo, pero fue rapado puntualmente por el aluvión de mutuales. Ya la conoce demasiada gente en Buenos Aires, razón por la cual es probable que ya haya sido desfigurada, modificada por la imaginación de quienes, con compasión o morbosidad, la pasan de boca a oreja. El cronista la recibió medio de últimas, así que le queda el recurso de recrearla, convertirla quizás en material utilísimo para ficcionar, en eso que, empecinadamente, siempre hace con la realidad, tan grotescamente novelesca ella, máximo manantial. Es una historia de traición, de vergüenza y dolor, y de japoneses; una situación auténticamente límite, y preguntémonos después con sinceridad si cualquiera de nosotros-porque las cosas no siempre les suceden a los demás-no hubiera reaccionado de la misma manera que el doloroso protagonista: el marido. A quien, por razones narrativas, convengamos en llamar Alfredo.
Alfredo, claro, estaba nervioso, iba, por primera vez, a ser padre. En la sala de espera fumaba, admitía el grato estímulo de alguna hermana, acaso de su madre, compartía los inolvidables momentos con sus suegros, su cuñado, miraba con detenimiento esa puerta cerrada, sala de partos y quirófano, estrictamente prohibida a los familiares ansiosos. No obstante, Alfredo había acompañado a Julia desde la habitación hasta donde le permitieron; ella iba en camilla, él le tenía la mano, los dos representaban el cuadro más dulce y poético, y la camillera, en el ascensor, a pesar de su rutina, los miraba con admiración. Ella muy rubia, él no tanto, los dos temerosos y jóvenes, vaya uno a saber-habrá pensado la enfermera-con cuántos hijos por delante.
Sin embargo, más allá de esa puerta, que varios familiares custodiaban, alguien, acaso la anestesista o una enfermera, o un ayudante, le preguntaban a la neonatóloga:
-¿Es mogólico?
Terrible pregunta, atroz posibilidad que nadie debe desearle al peor enemigo. La profesional no respondía, se limitaba a examinar al recién nacido, en tanto el ginecólogo se disponía a culminar prolijamente su costura. Había sido un parto por cesárea y la madre, aún, no había contemplado a su bebito. Julia, apenas lo sentía llorar, tal vez, sonreía al verificar la potencia maravillosa de sus pulmones. Más allá, se insistía:
-¿Es mogólico, doctora?
No, el niño era perfectamente normal; el misterio, entonces, se perfilaba en su cara orientaloide, circular, los ojitos estirados, el pelo oscuro, la raza que, en apariencias, nada tenía en común con la madre ni con el padre.
El pibe, en definitiva, tenía carita de japonés, y no existía el mínimo margen de error, así como lo había sacado el ginecólogo, cortado el cordón, se lo llevó a la neonatóloga.
Entonces la incertidumbre copó las paredes asépticas, y la profesional se llevó al párvulo a la nursery, fue diciéndose que, probablemente, habría descendencia japonesa en alguna de las ramas familiares, caprichosos y obstinados genes de antepasados que no querían permanecer en el olvido. Eso, también, ella se lo dijo a la nurse tan curiosa que le preguntaba, era un razonamiento que también pensaba deslizárselo al marido, que esperaba ya casi desesperadamente para ver la cara de su hijo, para aliviarse si todo había salido bien, desatar su euforia, abrazar a los parientes.
Mientras lo iba a encarar, la neonatóloga sintió que le crecía la intriga, que adquiría la estatura de la duda. Y apenas la vio, Alfredo, con la mirada, le preguntó.
-Varón-le dijo. Y su esposa está muy bien.
Después de los abrazos y felicitaciones de la hinchada, ella se lo llevó aparte, y mientras hurgaba científicamente sobre probables tatarabuelos japoneses, notó que la cara del hombre se convertía, peor que en una cara, en un drama.
-Sí, lamentablemente sí, hay japoneses-dijo Alfredo. El jefe de mi esposa.
Y dio media vuelta, sin saludar a nadie se fue, para no volver-dicen-nunca más.
Jorge Asis.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.